Polvorín
José Ángel
Solorio Martínez
El gobernador tamaulipeco
–antecesor de Norberto Treviño Zapata-, Horacio Terán Zozaya era un peladón
como los personajes de aquel célebre escritor español de novelas del viejo
oeste, Marcial Lafuente Estefanía: más de 6 pies de altura, macizo, una manazas
para destrozar a sus enemigos a puñetazos y una mirada para enloquecer a las
mujeres.
Tenía un bien cuidado pelo
castaño que dejaba entrever que en su pasado habría sido rubio y su tez era
blanca, como de príncipe medieval.
Vestía carísimos trajes cortados
a su medida.
Los confortables zapatos
italianos, sobresalían de su atuendo. Aún sobre sus corbatas de seda italiana
que brillaban sobre sus almidonadas camisas blancas.
Lo hizo gobernador el
presidente Miguel Alemán Valdés.
Gobernó con mano incierta.
La puntillosa periodista
Natalia Hoch, desde su trinchera periodística lo enfrentó con severos
cuestionamientos. Por sus escritos se puede visualizar el gobierno frívolo y
manirroto –sin duda, se puede decir que el teranismo inauguró la época de la corrupción
en la administración pública en Tamaulipas- que ejerció por seis años.
Doña Natalia, en sus páginas lo
bautizó como La Grandota.
En la sociedad victorense de la
época, eran públicas las predilecciones sexuales del Ejecutivo estatal: era
gay. Esto se hacia una certeza, porque eran conocidas sus fiestas en una
céntrica casona. Eran pantagruélicas,
esas reuniones nocturnas con jovencitos.
Nunca a nadie asustó eso.
Y vaya que la sociedad
victorense es gazmoña.
(Muy probablemente porque era
el gobernador).
Lo que todos le reconocen a
Terán Zozaya fue su recato. Eran conocidos sus devaneos; pero nunca los anduvo
arrastrando por la calle. Se le sabían sus gustos, pero jamás alguien vio
gestos que delataran lo que en privado con tanta alegría ejercía.
La Jaula de las Locas –el
Ayuntamiento de Madero, Tamaulipas-, es asunto diferente. Diametralmente
diferente. El alcalde Andrés Zorrilla, a diferencia de aquel ex gobernador –no
sólo por la estatura: el maderense-chilango debe medir apenas 1.49 de estatura-
le ha dado desenfrenado vuelo a sus fantasías. Tanto, que el cuerpo edilicio es
ya ejemplo del ejercicio del poder con visión de género en todo el país.
Esa actitud de Zorrilla –que si
doña Natalia viviera seguramente le lanzaría el epíteto de La Chiquita-, ha
trascendido no por lo que es, sino por lo escandaloso del caso: sus acciones de
gobierno han sido rebasadas por el escarnio público.
Y que conste: nada tienen de
odios anti-gay, las mayorías de las críticas.
Conservador –homofóbico muchas
veces-, pudoroso como es el PAN…
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